Capítulo segundo
Del abolengo alegre
Número primero
Del abolengo parlero
Redondillas con su estribo
Cada cual de sus abuelos
dan a Justina una cosa,
como a Pandora , la diosa
que emplumaron en los cielos.
Melindres, el titerero,
el suplicacionero, andar,
el tropelista, engañar,
y locuras, el barbero,
El mascarero, alegrones,
gaitero, quita pesares,
y el mesón, que pida pares
cuando le ofrecieren nones.
Mas, ¿cuál será Justina,
cuál su sciencia ,
que es de tantos enredos
quinta esencia?
Dicen que el consejo que da un necio es comparado al oro, porque es cosa de tanto precio, que no menoscaba su estima el hallarse entre lodo y cieno. Y asimismo el consejo, aunque se halle en la boca de un necio, es de gran valor y estima. Es también comparado el consejo que da un necio a flor que nace de abrojos, al sol de invierno, a la comida quitada de la boca de león, a la presa cogida a ave de rapiña, a invierno, que con lo que yela aprovecha, a la comida del puerco, que se vuelve en substancia regalada, al palo con que azotan el pulpo, que azotando aprovecha. Así, las palabras de un necio, aunque por ser de su boca enfadan y enojan, pero por ser consejo regalan y aprovechan.
¿Dónde va San Geminiano con sus símiles? Dígolo, porque ya que aquel necio importuno me dejó espinada, mordida, apaleada y estercolada, será bueno aprovecharme del consejo que me dio, diciendo que para que mi libro no fuese hombre sin cabeza ni madeja sin cuenda, contase mi abolengo. ¡Por vida de mi gusto, que lo he de hacer! ¡A fe, que les he de dar un alegrón de abuelos con que ande la risa al galope!
Mas ¿qué hago? ¿Historia de linaje y linaje proprio he de escribir? ¿Quién creerá que no he de decir más mentiras que letras? Que si el pintar, que es poco más que acaso, es al tanto del querer, el hacerse uno honrado, que es cosa tan pretendida, ¿quién habrá que no lo ajuste con su gusto, aunque sea necesario desbastar la verdad para que venga al justo? Decía un Guzmán intruso, caballero de don al quitar, camarada de un marido que me tuvo:
Nadie hay que tenga licencia para pintar armas en su casa, que no ponga un castillo y un león, que para esto basta ser castellano o leonés. Y si los oradores tienen licencia para dar el nombre de la cabeza a los pies, sin que se les pueda decir que juegan a punta con cabeza, también pueden los vasallos aplicar para sí los títulos reales, pues todos somos miembro de rey.
Viene muy a cuento el de un sastre, natural de la provincia de Picardía, el cual vino a ser rico, y se llamó Pimentel, y puso en la portada de su casa un muy fanfarrón escudo de piedra y en él las armas de los Pimenteles. Tuvo soplo de esto la justicia que quizá fue la fragua símbolo de la justicia, porque la una y otra cosa se gobierna a soplos, y mandóle que, o borrase la pimentelada, o declarase la causa de haberse armado caballero tan de cal y canto y puesto las venerables veneras de los Pimenteles, no habiendo para ello otro fundamento que el haber sacado la piedra de la cantera de su rollo.
Respondió el caballero sastre:
Con cuán poco fundamento se ponen armas. Señor, las razones que me han movido a que lo escrito sea escrito son tres: la primera, que el cantero las puso; la segunda, porque me costó mi dinero; la tercera, que lo mandé hacer por mi devoción y en memoria de las muchas veneras que traje en mi sombrero, yendo y viniendo en romería a Santiago tres veces, en los cuales viajes me hice rico con limosnas , y en agradecimiento y reconocimiento pongo estas veneras. Y el que me quisiere quitar mi devoción no está dos dedos de hereje.
El juez, que era cristiano temeroso, respondió:
¡A la Inquisición, chitón!
Y el sastre se salió con lo que quiso. Así que todos se salen con poner las armas que pueden pagar, en especial los que son de la mi provincia de Picardía. Y si los pedís razón, cumplen con un pie de banco y con que les costó su dinero. ¿Qué será lo que tan poco cuesta como escribir uno de su linaje lo que soñó? Como el otro, que dijo haber descendido su linaje de la casa de los reyes de Aragón, y fue porque algunos de sus antepasados, mozos de caballos de la Casa real, huyendo, de miedo de sus amos, se hicieron descolgar en unos cestos desde la muralla abajo, y esto fue descender de la Casa real.
Pues, ¿Qué en este tiempo, en el cual en materia de linajes hay tantas opiniones como mezclas? Verdad es que algún buen voto ha habido de que en España, y aun en todo el mundo, no hay sino solos dos linajes: el uno se llama tener, y el otro, no tener.
El buen pícaro halo de ser por herencia.
Y si alguno pensare que por el mismo caso que me hago fundadora de la picardía, se cree de mí que, así como todos los fundadores de casas grandes se preciaron de altísimos principios, así yo me he de hacer de a par de Deus, ¡no, no!
Pregunto: ¿de qué les sirvió a las palomas el honrarlas los poetas con decir que son abuelas de Eneas y madres o hijas de Venus? ¿Por ventura, por eso, túvoles más respecto el pan en que las empanan o el asador en que las asan? Pues ¿de qué le sirve a la pícara pobre hacerse marquesa del Gasto, si luego han de ver que soy marquesa de Trapisonda y de la Piojera y condesa de gitanos?
Yo confieso que este es un tiempo en que el zapatero, porque tiene calidad, se llama Zapata, y el pastelero gordo, Godo; el que enriqueció, Enríquez, y el que es más rico, Manrique; el ladrón a quien le lució lo que hurtó, Hurtado; el que adquirió hacienda con trampas y mentiras, Mendoza; el sastre, que a puro hurtar girones fue marqués de paño infiel, Girón; el herrador aparroquiado, Herrera; el próspero ganadero de ovejas y cabras, Cabrera; el vaquero, rico de cabezas irracionales y pobre de la racional, Cabeza de Vaca; y el caudaloso morisco, Mora; y el que acuña más moneda, Acuña; quien goza dinero, Guzmán. Todo esto, y más que yo me sé, pasa hoy día, pero norabuena pase, que esto y mucho más merece el dinero. Pero la ilustrísima picardía no va por esa derrota, porque eso es querer engualdrapar las verdades.
Ea, Justina, ya que no quieren veros nacer monda y redonda, sino que vais con raíces y todo, para que adonde quiera que os planten deis fruto, decid vuestra prosapia; vean que sois pícara de ocho costados, y no como otros, que son pícaros de quién te me enojó Isabel, que al menor repiquete de broquel, se meten a ganapanes. Una gente que en no hallando a quien servir, cátale pícaro, y, puesto en el oficio , vive forzado y anda triste contra todo orden de picardía. Yo mostraré cómo soy pícara desde labinición, como dicen los de las gallaruzas, soy pícara de a macha martillo.
Dijo un labrador de Campos, de los del buen tiempo, a mi padre:
Señor Díez, acá, entre los labradores, tenemos por nosotros, que el macho, para ser buen macho, ha de ser bien amachado , el caballo bien acaballado, el burro bien aburrado y el labrador, para ser buen labrador, bien alabradorado.
Aquí entró mi padre y dijo:
Y el mesonero bien amesonerado.
Aquí entra Justina, y dice:
Y la pícara bien apicarada.
Por lo cual no enmantaré cosa que a nuestra picardía pertenezca.
Nació mi padre en un pueblo que llaman Castillo de Luna, en el condado de Luna, y mi madre era natural de Cea. Y si no saben dónde es Cea, yo se lo diré: es Cea junto a Sahagún, es Sahagún un pueblo donde reside una reverendísima cuba, la cual, como casi siempre está tan vacía como hueca, da en entonada, y dicen que la deben trigo y centeno, el cual se le paga siempre. A lo menos, después acá que pasó el año del muermo, digo, del catarro, nunca la hincheron de líquido, sino de trigo y centeno. Aquel año de la moquera se hinchó de mosto, y cupo tanto en ella, que molió un molino con él. ¡Bravo espectáculo! ¡Qué sería ver salir sangre de aquella hermosa ballena, herida por las manos de algún inhumano modorro de ropa parda! Y si no conocen a Cea por la cercanía de esta dama, yo se le pintaré.
Mas por no torcer el orden de una generación tan importante, diré primero de mis abuelos machunos y hembrunos y luego diré de mis padres.
Fue mi padre hijo de un suplicacionero, el cual, en barajas y cestos y gastos de bergantines cosarios traía más de cincuenta escudos en trato. Él fue el que inventó traer los criados barajas, y por eso le llamaban, por mal nombre, el de Barajas. Él fue el que inventó el echar la buena barba y compuso el terlincampuz de tabla a tabla.
Este mi abuelo enviaba todos sus ministros y agentes con general licencia, para que, en campo raso y cuerpo a cuerpo, aguardasen a todo jugador de primera y quínolas, mas no de otro juego, atento a que cartas conocidas, cuales eran las que daba él a los suyos, para ningún otro juego valen lo que para éstos. En los puntos de los naipes tenía notables cifras y había buenos discípulos de cifra. Por oírle echar una buena barba y repicar un terlincampuz se podía ir tres leguas a verle uno, aunque fuera ciego. Murió en Barcelona, a la lengua del agua, y con su lengua, a lo menos, por su lengua, hubo palabras con un rufo, el cual le echó de un traspontín abajo, y aunque puesto de rodillas le hizo suplicaciones, el rufo le hizo barquillo en el agua.
Mi bisabuelo tuvo títeres en Sevilla, los más bien vestidos y acomodados de retablo que jamás entraron en aquel pueblo. Era pequeño, no mayor que del codo a la mano, que dél a sus títeres sólo había diferencia de hablar por cerbatana o sin ella. Lo que es decir la arenga o plática era cosa del otro jueves. Una lengua tenía arpada como tordo, una boca grande, que algunas veces pensaban que había de voltear por la boca. Daba tanto gusto el verle hacer la arenga titerera , que por oírle se iban desvalidas tras él fruteras, castañeras y turroneras, sin dejar en guarda de su tienda más que el sombrero o calentador. ¡Malogrado cuitado!, que, como parecía gurrión o pardal, dio en aparearse y agarrarse tanto a hembras, que después de haberle comido los dineros, vestidos, mulos, títeres y retablo, le comieron la salud y vida y lo dejaron hecho títere en un hospital.
¡Apera, que te aqueno!
Y embiste con mi cruz tan fuertemente, que se quedó allí al pie de la letra.
La hospitalera era simple y bonaza, y viéndole morir así, decía:
¡Ay, el mi bendito, al pie de la cruz murió hablando con ella!
Este abuelo nos dejó un pesar, y es que algunos bellacos, por hacer mal a sus sucesores, nos dicen que nuestro abuelo se mató en la cruz.
Mi tercer abuelo de parte de padre alcanzó buen siglo; fue de los primeros que trajeron el masicoral y tropelías a España. Casó con una volteadora, gran oficiala de todas vueltas y larga de tarea, la cual, con morir de más de cincuenta años, después un año tísica, murió volando. Su marido no quiso casarse más por no ver volar más mujeres. Ganó tanto dinero al oficio, que hombres muy honrados y muy estirados le quitaban el sombrero; y es esto tanta verdad, que un hombre, tan honrado que le sobraba un palmo de honra sobre la cabeza, y tan estirado que murió en la horca, un día quitó a mi tartatarabuelo el sombrero, de tal modo que por pocas le quitarala vida a vueltas del sombrero.
¡Garda la bulza!
Y armó cierta mamona a una faltriquera.
Oyólo el hombre, que era honrado por parte de su mujer, y creyendo que de veras había montería de bolsas, dio un torniscón a mi tropelista en la cámara de popa, con que le derribó solas dos muelas que le habían quedado de resto en el juego de las encías, y, de recudida, el sombrero que tenía en la cabeza y, dentro dél, la mitad del oficio. Era desgraciado en riñas, que de ahí a poco en una se le cayeron todos los dientes; y fue el caso que, por decir otra gracia, le sucedió otra desgracia en que a cierto roldanillo ratero se le deslizó un puño de dedos y, como habían de dar en otra parte, le dio en los dientes y quedaron vacantes las encías.
De los otros abuelos de parte de padre, no sé otra cosa más de que eran un poco más allá del monte Tabor, y uno se llamó Taborda. Y así, si no se hallaren en este catálogo, hallarse han en el que hizo el presidente Cirino, que ellos y los chuzones están en una misma hoja.
Los parientes de parte de madre son cristianos más conocidos, que no hay niño que no se acuerde de cuando se quedaron en España por amor que tomaron a la tierra y las muestras que dieron de cristianos, y con qué gracia respondían al cura a cuanto les preguntaba. Luego los besarás las manos.
Ves aquí el abolengo parlón de quien nació Justina parlona. Sólo les hago ventaja a mis abuelos, que ellos parlaban cuando el oficio lo pedía, pero yo a los oficios mudos hago parleros.
Aprovechamiento |
No hay perdición ni libertad cuyo principio y fomento no sea la demasiada parlería.
Número segundo
Del abolengo festivo
Glosa
Nace y vive y trota al son.
Siempre engendra un bailador
El padre tamboritero ,
Pero siempre con un fuero;
Que si acaso da en señor,
Se torna siempre a pandero.
Y porque estos aranceles
No tuviesen excepción,
Justina, que en conclusión
Es hija de cascabeles,
Nace y vive y trota al son.
Tengo por averiguada cosa que los hijos no sólo heredamos de nuestros padres los malos originales y los bienes naturales, pero malo y bueno lo barremos, aunque no sea natural, especialmente las hijas, que el día que nos casan barremos la casa, y el día que nacemos, del cuerpo de Eva heredamos las mujeres ser gulosas y decir que sabe bien lo que sólo probamos con el antojo; parlar de gana, aunque sea con serpientes, como quiera que tengan cara y hablen gordo; comprar un pequeño gusto, aunque cueste la honra de un linaje; poner a riesgo un hombre por un juguete; echar la culpa al diablo de lo que peca la carne, y, finalmente, heredamos comprar caro y vender barato.
¿Adónde vas, hermana Justina, cargada de prólogos de bulas? ¡Ay, hermano lector! Iba a persuadirte que no te admires si en el discurso de mi historia me vieres, no sólo parlona, en cumplimiento de la herencia que viste en el número pasado, pero loca saltadera, brincadera, bailadera, gaitera, porque, como verás en el número presente, es también herencia de madre.
Hallarás en el discurso desta historia que soy cofrada de la ventosilla, que antes me faltará el huelgo que un cuento. No te escandalice, que tengo abuelo barbero. Colegirás de mi leyenda que soy moza alegre y de la tierra, que me retoza la risa en los dientes y el corazón en los hijares, y que soy moza de las de castañeta y aires bola, que como la guinda y, por no perder tiempo, apunto a la alilla. No te espantes, que tuve abuelo tamboritero, a quien no le holgaba miembro.
Vaya de abolengo festivo, que harto hago no le intitular el loco. Y sí hiciera, si no fuera porque no me dijeran que les ensucio el oficio, como dijo el hijo del zapatero, cuando, mientras fue a su padre con un recado, un pasajero se ensució en la esportilla; tornó abajo el muchacho, y hallando el mal recado comenzó a dar voces, diciendo:
¡Padre, que nos han ensuciado el oficio, aquí del rey y del papa!
Fue, pues, el padre de mi madre, mi abuelo, y era barbero, el cual, de solas figuras de monas, gatos muertos, armas de túmulo y retazos de monumentos, tenía empleados en su tienda más de seis docenas de reales; y aunque en casa no había seso, había muchas bacías, y aun no había cosa en casa que no lo fuese, en especial su bolsa, que siempre repetía para bolsa de arrepentida jamás hizo la barba a un hombre que le faltase cuento. Almohaba una guitarra por extremo; vez hubo que, por hacer las crines al potro rucio, desechó buenas barbas de su tienda. Muerto por comedias, y ¿cómo muerto? En Málaga, saliendo a representar la figura de Móstoles, cayó una teja de un tejado que le desmostoló.
Mi bisabuelo era mascarero, y aun más que carero, que era carísimo. Vivía en Plasencia, donde ganó en alquileres de máscaras, cascabeles y aderezos de farsas muy buenos reales. En lo que él solía echar mucho clavo era en la cuenta de los cascabeles que daba a los danzantes de las aldeas, porque los buenos de los labradores, como venían con gran prisa de llevar los vestidos para ponerse galanes, malcontábanse, porque, al llevar, contábanse a lo sordo, y al traer, contábanse de sorna, y con esto pagaban la cascabelada.
Mi tertarabuelo materno fue gaitero y tamboritero, vecino de un lugar de Extremadura que llaman Malpartida, que es un lugar que, con estar junto a Plasencia, no simboliza con él más que si Malpartida fuese lugar de la China. El día de las danzas de el Curpus, o en cualquier otro de alegría, el que llevaba a este mi abuelo no pensaba que hacía poco.
No le holgaba miembro; con la boca hacía el son al baile y, al de el matrimonio con los ojos. A un volver barras, sacara él de la lunada de un corrillo una sartenada de novios fritos. Verdad es que no eran los matrimonios de aquel tiempo tan campanudos como los de éste, en el cual son necesarios muchos arrequives para matrimoniar de modo que aproveche.
Más valéis vos, Antona, que la corte toda.
Todas verdades apuradas.
Este murió de desgracia; y fue que, yendo un día de Corpus como capitán de más de docientos tamborileros que se juntan en Plasencia a tamborilar la procesión, tañendo su flauta y tamborino, bien devoto, a lo menos, bien descuidado de lo que podía suceder, sucedió que andaba de bardanza en la procesión un hidalguete de los de la casa de doña Nufla, el cual, de pesadumbre que mi viejo le había desentablado una amistad de una diechiochena, para acensuarla a otro parroquiano suyo por dos años, o como la su merced fuese, viéndole descuidado, le dio una gran puñada en la hondonada de la flauta y atestósela en el garguero. Debía de tener el pasapán estrecho, y atoró la gaita como si se la hubieran encolado con las vías del garguelo.
Aprovechamiento |
Muchos hombres de oficios alegres, cuales son tamboriteros y gaiteros, son nocivos en la república y dignos de gran castigo, porque en achaque de entretenimientos lícitos, incitan y mueven a cosas dañosas, en lo cual imitan a los que acompañaron la idolatría con el juego.