Capítulo segundo
De la bigornia burlada
Número primero
De la entretenedora astuta
Rima doble
Después que la carreta apresurada
Quedó emboscada y lejos de la gente,
La Bigornia insolente alborozada
Saltó en una llanada, y su regente
Quedó muy prepotente en la emboscada.
Vióse Justina apretada, y de repente
Pensó tan conveniente modo y traza,
Que el carro le sirvió de red de caza.
Después que salí, o, por mejor decir, me llevaron por mar en carreta, metida como carne de pepitoria entre cabezas y pies, y ya después que la noche puso al sol el papahígo para que, o durmiese, o fuese de ronda a visitar los antípodas, dejando a Delio su tenencia, pararon en una llanada que estaba poco más adelante de un bosque que les servía de trinchea y emboscada.
Y para aperdigarme para el oficio, me dejaron sola con el obispote.
Miren qué aliño para una pobre dieciochena, que era niña y manceba y nunca en tal se vio. Temblábanme las carnes de miedo, y aunque para él eran mis temores trémoles de bandera en coyuntura de asalto, con todo eso, se detuvo y dijo:
Justina, ¿de qué temes? ¿Aquí no estoy yo? ¿No estás conmigo?
¡Ay, hermano letor, mira con quién, para consolarme con decir: no estás conmigo! ¡Qué Faltiel para Muchol! ¡Qué Absalón en guarda de Tamar, sino un obispo de la Bigornia y capataz de la bellacada!
Pero bien dicen que la apretura y estrecheza en que se ve un entendimiento es la rueda en que cobra filos, pues en viéndome en este nuevo estrecho de Magallanes, comencé a dar en el punto de la dificultad, y lo primero en que me resolví fue en entretener agudamente toda aquella noche el obispote, para que no corriesen sus gustos por mi cuenta, dado que él pensaba rematar cuentas del pie a la mano.
Oyan, pues, mi traza; escuchen la victoria alcanzada de una invencible novicia, no con más soldados que sus pensamientos ni con más fuerza que sus trazas, y con tan buen modo, que quizá si algunas le usaran, sonaran menos sus voces y más su fama.
Ea, picarón de sobremarca, obispo de trasgos y trasgo de obispos; él no debe de haber medido los puntos del humor que calzo, no me ha pergeniado, que a pergeniarme bien aún fuera Bercebú. Amanse el trote y el trato, que el que por ahora usa es para motolitas que no saben de carro y toda broza, que las de mi calimbo saben hacer de una cara, dos, y en caso de visita, saben dar a un obispo cardenales que le acompañen sin perderle de vista.
Como el bellacón oyó que yo le hablaba a lo de venta y monte, y que yo había tomado el adobo de la lampa que él practicaba en parte le pesó, por ver que no podía sentenciarse de remate su pleito en tan breve término como él pensaba, y en parte se le alegró la pajarilla, viendo que había encontrado horma de su zapato. Con esto, deshizo la mamona, y mirándome de otra guisa, con más respecto y menos vergüenza, me dijo:
Picarona, si es que me había de responder al uso de la mandilandinga, hablara yo para la mañana de San Junco. Por Dios, que me encaja. Hermosa hilaza ha descubierto. Así la quieren en su casa y así será de provecho, y yo la doy palabra que, por las buenas partes que ha descubierto, la he de hacer obispa de la Picaranzona. Dígame, rostro, atento que mi sentencia está dada contra ella, la cual sentencia es la suprema por ser dada en consejo de Rota, mire si tiene que alegar o suplicar, porque donde no, tomará la posesión quien trabó la ejecución.
Como me quiso tocar en lo vivo, avivé y, rechinando como centella, le respondí:
Eso no. ¡Tate, señor picarón! y dile un muy buen golpe en los dedos. Yo apelo, a lo menos, suplico del tribunal de su injusticia al de su clemencia. Pero no; aguarde; oya, oyámonos. Escuche escuche. Dígame, muy infame, ¿parécele que mi entereza, guardada por espacio de dieciocho años, que tantos hago a las primeras yerbas es bien que se consuma a humo muerto y se quede aquí entre dos costeras de carro, como si fuera hoja seca de carrasco viejo, que después de vendida la leña se queda en la lastre de la carreta? No quiero alegar en mi abono las leyes gentílicas que dan término para llorar la virginidad, pero a lo menos, no permita que entre cristianos muera una entereza tan de súpito.
Créanme o no me crean, sabe Dios que en esta ocasión me encomendé con todo corazón a Santa Lucía, de quien dicen que es abogada de los que la invocan en peligros semejantes. Vayan conmigo: mi intento era apellidar por compañía para dar largas con untura de almacén y entretener el tiempo, aunque el motolito, con toda su Bigornia en el cuerpo, creyó que el llamar compañía era para hacerle la salsa al plato o para tañer de mancomún al conjuro de la bruja que decía: "Allá vayas, piedra, do la virginidad se destierra."
Dicen que cuando las alas de cualquier ave de rapiña se juntan a las del águila, con el poder y virtud de las del águila, se van pelando y consumiendo las de las otras aves en especial las de las pantheras y las grullas. Así, ni más ni menos, viendo yo que las trazas avechucho y grullo, que así se llamaba, se juntaban con las mías, tuve por cierto el apocar sus intentos y destruir sus estratagemas con mis astucias. En especial me animó el ver que había perdido la primera ocasión, porque es regla cierta que, quien pierde el primer punto, pierde mucho, y no tuve mejor pronóstico de que la fortuna estaba en mi favor, que el ver que se le había escapado el primer lance de fortuna.
Acuérdome de un galán pensamiento de un poeta que fingió que el Amor salió un día a caza llevando en su compañía al Consejo. Era el desiño del Amor cazar una fiera llamada Buena Ocasión. Yendo, pues en prosecución de tan gustosa caza, llegaron a un espeso monte en el cual estaba la Ocasión encovada en el cabezo de un alto y casi inaccesible risco.
Amigo, haced traer una jaula en que enjaulemos y llevemos viva la Ocasión, que tan perdidos nos ha traído.
Mientras el Amor volvió el rostro y cuerpo a decir estas razones al Consejo, huyó la Ocasión a vuelta de cabeza, y dejó al Amor burlado y aun afrentado. Quejóse el Amor de la poca ayuda del Consejo, mas el Consejo le respondió, diciendo:
Amigo Amor, yo no acompaño más que hasta cazar, pero no hasta enjaular. Y así, tuya es la culpa, que teniendo la caza en la mano y armas en la cinta, no era necesaria mi ayuda.
Así que, con mucho fundamento, me consoló el ver que se ponía a tomar consejo el obispo en el tiempo que tenía la ocasión en la mano.
Con las razones que le dije al obispote, puse su señoría de cera y más obediente a mi mandato que si yo fuera la papesa.
¡Viva el obispo y su Bigornia!
Y otro picarazo, que tenía una voz rocinable, dijo con un bajo temerario:
¡Viva el señor obispo, remediador de huérfanas!
Yo, por les ganar la boca para mis intentos, dije a bulto un amén, y tras él, dos de mudanzas con tres castañetas en seco en el poco sitio que me cabía en el carro, donde íbamos como palominos de venta. Usaba de todas estas trazas por vestirme del color de la caza, lo cual fue parte para que el mismo carro que ellos ordenaron para su triunfo, me sirviese a mí de vivar donde cazarlos, como más larga y gustosamente lo verás en los dos números que se siguen.
Esto que he referido era entre dos luces, cuando se reía el alba, y tanto más se reía, cuanto más de cerca iba contemplando la burla que yo pensaba hacer al villadino o, por mejor decir, al villadino.
Aprovechamiento |
Permite Dios que el pecador no sólo no consiga los gustos que pretende con sus quimeras, pero ordena y quiere que ellas sean instrumentos de sus penas y verdugos de su persona.
Número segundo
Del parlamento loco
Estancias de consonancia doble en un mismo verso
Hizo sceptro de un garrote el obispote
Y a guisa de rey Mono, hizo su trono,
para más abono, dijo en tono:
Amigos, cese el cote y ande el trote.
Hoy se casa el monarca con su marca,
No quede pollo a vida, ni comida,
Con que no sea servida mi querida.
Llamalda en la comarca, polliparca.
Traed tocino y bon vin de San Martín,
Pan, leña, asadores, tenedores,
Frutas, sal, tajadores los mayores,
Presto, que el dios Machín pretende el fin.
Acabada esta razón, dijo el moscón:
Marchad luego, bola, sin parola
Fuéronse con tabaola, y quedó sola
Justina en conversación con su obispón.
Justina entretenía y suspendía,
De modo que pudieron los que fueron
Hurtar lo que quisieron, y volvieron
Con lo que pedía su señoría.
Venidos, se asentaron y brindaron,
El obispo don Pero se hizo un cuero,
Luego el carretero cargó muy delantero;
Mas que, si mucho pecaron, más penaron.
Ya que estaba el carro atacado de bellacos y el gobernador de la Bigornia en medio dellos, pareciéndole que no venía bien el ser obispo casado, no siendo obispo griego, aunque andaba cerca de serlo, renunció los hábitos y hízose rey. Tomó un garrote en la mano en forma de sceptro, hizo de las capas un trono imperial, poniendo por respaldar dos desaforados cuernos. Parecía rey Mono puramente.
Pero vaya de parlamento episcopal:
Charos infanzones míos, conocidos en nuestra región campesina por vuestras hazañas, tan claras, que de noche relucen más que ojos de gato, por lo cual son hazañas gatunas. Famosos por vuestras prendas, nunca empeñadas, si no es en buena taberna. Lo primero, hoy cese el cote, pues no hay para mí fiesta cumplida sin cumplirse mis deseos. Lo segundo, quiero que andéis al trote, que es el paso de mis cuidados.
No hubo bien dicho esto el nuevo Heliogábalo, cuando los de su factión, con gran tabaola, saltaron un barranco que nos dividía con la presteza que los galeotes saltan un remo, ocupándose en obedecer al principote de la Bigornia. Entonces tuve por verdadera la fábula del zorro el cual, para ir a caza de una querida zorra, puso a un cochino alas de grifo, y se halló mejor con este modo de cetrería que con otra ninguna.
Cosa donosa es ver cuán de gana obedecen los bellacos a quien gobierna su bellacada, y cuán de mala a sus legítimos superiores.
Señor, ¿por qué pagáis tan mal a vuestros acreedores, siendo tan franco y pródigo con las personas a quien no debéis nada?
Respondió el caballero:
Porque el pagar con obligación es de pecheros, y el dar sin deber es de nobles.
No me quiero detener ahora en calificar este dicho, que bien se echó de ver que erró este franco necio, que antes el pródigo paga pecho a la imprudencia y al vulgo y al qué dirán y a todo el mundo, y, por el contrario el que paga a su acreedor muestra gran nobleza;
Pero dejado esto para los sotos frescos, para los gallos briosos y para las peñas fuertes, que son los floridos de nuestra Salamanca, concluyo a mi propósito con decirte adviertas cómo estos bellacones no tenían por bien obedecer a su verdadero obispo el cual les traía sobre ojo; empero, a su obispo soñado le obedecían, y con la presteza que el rayo sale de Oriente y aparece luego en Occidente, con tanta y aun con mayor obedecían estos demonios a su Belcebub.
Dejáronme con él y sin mí, tan sola cuan mal acompañada, tan triste cuan disimulada. Comenzóme a decir muchas chanzonetas, y de travesía me daba algunas puntadas para que le dijese lo que pensaba yo hacer cuando tomásemos la Goleta. Yo, al principio, comencé a responderle a son, mas, ya que vi que se metía a tantos dibujos eché por otro rumbo. Comencé a contar cuentos, los más de risa que se me ofrecieron, para divertirle la sangre.
En esta sazón venía ya el hermoso Apolo corriendo presurosamente por los altos de un cerro, siguiendo el alcance de los alojados infanzones para descubrir los hurtos y emboscadas de que siempre fue tan enemigo. Mas cansado el bellísimo joven luciente de correr tras los nuevos Jonatases, parece que se detuvo y descansó tras un espeso monte de encinas,
Hermano mío, si como soy estudiante burlón fuera algún ladrón de los que andan hoy día por el mundo, mala manera de negociar teníades y muy peligroso era el sueño; pero amigos somos, duerma, galán, y mire que por hacerle caridad y buena obra le arropo.
Tras esto, le atestó el sombrero sobre los ojos, no tanto por arroparle, cuanto por arroparse con la carpeta o sobremesa sin que lo columbrase el labrador, a quien dejaba hecho pita ciega, y tan ciega, que pensó que de pura charidad duranga y celo gatuno le dejara casquiatestado. La sobremesa era galana; por señas, que una poyata se la había prestado a la mesa sobre su palabra y el estudiantico la tomó sobre su conciencia y debajo de sus brazos.
Colorada va la dama.
No acabara, si contara por menudo las cosas de comer y el recado que trajeron. No me espantó sino cómo no sacaron de cuajo las aldeas y de cimientos los muros y casas de villas, según y como lo hizo Júpiter cuando vino a las bodas de su querido.
En llegando, me sacaron del carro a hombros como a opositor de cátedra, por mejor decir, como a cátedra de opositor, y el obispo don Pero Grullo miraba a las manos de los apeadores por si acaso alguno se le deslizaba alguna mano al tiempo del trasladarme del carro al suelo.
Di orden cómo se guisase de comer. Hiciéronlo, aunque sin orden, pero con tanta presteza que parece que de mohatra se les hacía cuanto querían. En todo me obedecían, si no es en irse poco a poco, que esto no se podía acabar con ellos.
Amigos, beban, y así lo llueven las viñas.
Yo, mirando al obispote, hacía que bebía con un vaso de cuerno, y decía:
Brindis quoties. Beba el obispo y vaya arreo.
El obispo se excusaba de beber con una gracia que contenía mucho de naturaleza, y era decir:
De vino, poco, que soy patriarcha de Jerusalén.
Mas, aunque le amargaba, todavía por mi contemplación bebió unos polvillos, los que bastaron para añublársele el celebro y aun para añadir algunas erres al abecedario de su Bigornia. El que menos, ya estaba a treinta y uno con rey; ello, las gracias sean dadas a ciertos puños de sal que eché en el jarro. Decíame el obispo don Pero:
¡Ay, mi Justina, que en todo eres un terrón de sal!
Decía yo para conmigo:
Verdad dice éste, pues aun el vino, a pura sal está echado en cecina.
Ya que todo estaba guisado y a punto, hizo señal el señor bigornio mayor, y todos escanciaron y comieron como unos leones; sólo mi obispo tragaba más bocados de saliva que de otra cosa, y pienso que en mirarme gastó una libra de ojos y en decirles que se diesen priesa otra de lengua. No dudo sino que tras cada bocado que ensilaban los de la Bigornia le daba su reloj las ciento;
Daos murria perra, hernandos.
Ya que tuvieron rehechas las chazas y hechas las rechazas, los buenos de los mozalbetes decían donaires. No metían letra, y si alguna metían era ces y erres. Hacíanme quebrar el cuerpo de risa, que ya el miedo había pagado el alquiler de la casa y ídose a Berbería.
¡Carren! ¡Carren!
Por decir callen, callen. Averigüe Vargas el vocabulario.
Ya entraron todos, con que el carro quedó en cueros, o los cueros en el carro.
Justina, por ti ranso.
Respondíale yo:
Ya veo que por mí danza su señoría, sino que no quisiera yo que hiciera tantas reverencias ni que llevara los cascabeles en la cabeza y corona.
Yo, para decir verdad, mis ciertas mamonas le armé hacia los pies, y no fueron de poco efeto, que maldita la que me salió en vano. Cuando se caía hacía mí, dábale un envioncito hacia el otro lado, diciendo unas veces:
Ox, que no pica,
Y otras:
Allá darás rayo, que este lado es de ladina.
Con estas estaciones y revelladas llegó al carro hecho pedazos, con más sueño que amor. Para subirle al carro le di de pie tres veces, y él otras tantas de cabeza, y cada vez que se levantaba, decía:
¡Upa, que desta entro!
Ya de pura lástima hice a mi maña que le sirviese de grúa y metíle en el carro, y yo tras él, tan sin miedo cuan sin tardanza y sin peligro. Reclinéle sobre las capas, sobre las cuales comenzó a dormir la mona alta y profundamente.
Veslos aquí; todos duermen en Zamora;
Aprovechamiento |
Los malos, como tienen dada la obediencia al demonio, sujétanse de mejor gana a sus ministros que a los de Dios, mas cual es el dueño a quien sirven, tales son los gajes que tiran.
Número tercero
De los beodos burlados
Octava de consonantes hinchados y difíciles
La fama, con sonora y clara trompa,
Publique por princesa de la trampa
La gran Justina Díez, que con gran pompa
Vuelve su rebenque en sceptro y le estampa.
La que usa del rebenque como trompa,
La que llueve azotes y no escampa,
La que de su carreta hace palenque,
Y sceptro, lanza y trompa del rebenque.
¡Oh fama, cuyo acento el orbe en campa!
Tu sombrío clarín no se interrumpa
Hasta ver la picaresca estampa,
No digo en papel puesta, do se rompa,
O en letra de escribano, que haga trampa,
Sino en peña en quien no se corrompa
Memoria de un triunfo tan ilustre,
Con el siguiente mote por más lustre:
Mote
Justina triunfó de ocho beodos,
Echándolos del carro a azotes todos.
Cuando las necesidades son repentinas, las mejores trazas y remedios son los que las mujeres damos, ca así como el uso de la razón en nosotras es más temprano, así nuestras trazas son las que más presto maduran. Mil veces verás en los entremeses ofrecerse necesidad de trazas repentinas y, por la mayor parte, las dan mujeres, que son únicas para de repens.
Decía un discreto:
¿Las mujeres, por qué pensáis que hablan delgado y sutil y escriben gordo, tarde y malo? Yo os lo diré: es porque lo que se habla es de repente y, para de repente, son agudas y subtiles, por esto es su voz apacible, sutil y delgada. Mas porque de pensado son tardas, broncas e ignorantes, y el escribir es cosa de pensado, por eso escriben tardo, malo y pesado.
Digo esto a propósito que tuve dos ocasiones para dar una galana traza: la una el cogerme de repente, y la otra el verme tan apretada; mas a la verdad, la mayor fue el ver que tan a mi salvo podía trazar.
Viéndolos todos beodos, y al carretero más que a todos, lo primero que hice fue darle un torniscón por verle tan fuera de mí como de sí. Con el golpe arrojó una espadañada de vino que espantó a las mulas.
El camino que el carretero había traído hasta allí no iba apartado del de mi pueblo más que sola media legua, y yo le sabía, porque algunas veces le había andado viniendo con mi madre, y también la una mula sabía el camino.
Yo comencé a pensar cómo diría al entrar con ellos por medio de mi pueblo. Ofrecióseme si diría: ¡Guarda las zorras! O si diría: ¿Quién compra cueros? O si diría: ¡Fuera, que entra la Bigornia y Pero Grullo! Mas para espantarlos bien y vengarme mejor, me resolví en entrar dando voces y diciendo:
¡Aquí de la justicia, que estos bellacos robaron la mula y el carro en Arenillas!
Y era así verdad, como lo viste. Hícelo así, y con tales voces que las pudieran oír en el real de Zamora.
La segunda estación era huir con tal prisa, que parecía llevaban cohetes en los posteriores. Mas ya que habían huido algún tanto y tornado sobre sí algo echaban de ver que iban sin sombreros, sin capas, sin cuellos, sin ligas, sin ceñidores.
Con estas mis levadas se atemorizaron de modo que, sin capa, ceñidor, liga, sombrero, ni cuello, ni otras muchas cosas suyas, aunque habidas de por amor del diablo, se fueron huyendo por entre los sembrados, que parecían puramente las zorras de Sansón con cuelmos encendidos en las colas.
No se acababan de santiguar de la villana de las borlas y de las burlas, que ambos nombres me llamaban ellos; de las borlas, por las que llevaba al cuello, como montañesa, cuando me encestaron, a lo menos, cuando lo pensaron; de las burlas, por las que les hice desde que les puse en cueros, dejándolos con sus vestidos, que es el cosí cosí de Móstoles.
Decíanle:
Hermano, no merece plaza quien tan infamemente salió de la de Mansilla.
Diéronle criadas vayas, lo cual él sintió más que todo.
Uno le decía:
Díjole otro:
¿Esta me llamáis polliparca? Llámola yo grulliparca, pues fue la parca del Grullo y aun de toda su camarada.
Otro le dijo:
Camarada, ¿cómo era quello de hoy renazco como ave fénix de las cenizas que ha hecho Justina con el inmortal rigor con que me ha quemado las tres potencias del ánima? Más cierto fuera decir: Yo naceré con dolor del vientre de una carreta, cabeza abajo y pies arriba, y hoy seré aborto de carreta, y me pondrá Justina como nuevo de puro frisado con su azotina.
Otro le dijo:
Otro decía:
¡Viva el señor obispo, remediador de huérfanas! El huérfano sea el diablo, y tal remedio venga por su casa.
Otro dijo:
Ella está entera como su madre la parió. Eso juro yo, que la entera es ella y los quebrantados nosotros.
Otro dijo:
¡Ea, presto, que el dios de amor tiene alas! juro a diez y a un rebenque con que hace volar la carreta.
Otro, viendo que tan adelante iba el darle vaya, medio lastimándose, medio fisgando, dijo:
Carren, carren. Murria perra es esa en dar vayas al rasante.
Tocó tecla de cuando por decir él: callen, callen, daos mucha prisa, dijo: carren, carren, datos murria perra etc.
Dijeron dichos agudos y donosos, que por agudos los río y por largos los callo. Quédese a la discreción del pícaro más discreto, que es el único censor de toda letura de folga. No dejaron cosa que no tocasen, ni punto que no glosasen, hasta decirle: "Bien pareces patriarchón de Jerusalén y nacido allá, pues tan vil y cobarde naciste."
Henchíanlo de necio, cobarde y pusilánime, y fue tal y tan pública la vaya, que, corrido de los mates que le daban y motes que le ponían, se fue de aquella tierra.
Muy capada quedó la Bigornia, y tan capada cuan descapada. Con todo eso, se rehizo y cazaba, no como antes, sino mosquitos, como milano de cuarta muda. Y a fe que no me da a mí poca pena cuando veo picarillos de alquimia entonarse y que no encuentren quien los haga tenerse en buenas. No sé acabar un cuento; ya sé que enfado en él, pero ya acabo.
Súpose y divulgóse la burla en toda la comarca, y fue tan célebre el cuento del carro y de las mulas, que por esta causa, desde entonces, llamaron a mi pueblo Mansilla de las Mulas, que hasta entonces no se llamaba más que Mansilla a secas.
Después que reposé en mi casa y se me asentó la cosera, hice libro nuevo.
La justicia, sabido el caso, me adjudicó el despojo de la batalla y mandó que el dueño de la mula hurtada me pagase muy buen hallazgo, pues, por mi industria, había sido librada del poder de la Bigorma, y que se me diese por testimonio, porque nadie me pudiese motejar de mala, sino honrar por casta y astuta. Ello, nunca faltan bellacos; alguno me ha dicho después acá:
Hermanita, ¿cómo digo de la jornada de Arenillas? Si no quemada, tiznada, que una vela pegada a un muro, aunque sea argamasado, verdad es que no le puede quemar, pero dejar de tiznar es imposible. ¿Qué será si se pega a carne gorda, que se derrite tan bien como la misma vela?
Como destas necedades he yo oído, digan, que de Dido dijeron. Lluevan dichos, que ya ahora no me sabían en mi pueblo otro nombre sino la mesonera burlona, aunque algunos me llamaban la villana de las burlas. Ya yo no me preciaba de mirar a quienquiera, que una honrilla sirve de garbo al cuello y de almidón al vestido.
Holgárame de haber tomado por thema número aquel refrán que dice que quien hurta al ladrón gana cien días de perdón, de los concedidos por el obispo de sábado. Délos quien los diere, que si perdones se ganaran, yo había ganado jubileo plenísimo; pero ya sé que para perdones verdaderos, aun el nombre les sobra, cuanto y más el hecho. Con el mío, a lo menos, glosé el refrán a osadas. ¿Pero quién me mete en themas, ni glosas, sino en tejer historias y en hilar mis romerías? Pero no, mejor me será dejarlo, que no es paro sin venta para no dejar descansar las gentes. Yo lo dejo.
Aprovechamiento |
La beodez no sólo impide los buenos intentos y daña a la vida de la razón, pero hace que el que se embriaga peque más y guste menos. En especial, note el lector en qué paran romerías de gente inconsiderada, libre, ociosa e indevota, cuyo fin es sólo su gusto y no otra cosa.
FIN |